Nació a la vida como María del Carmen Mondragón Valseca y a la inmortalidad como Nahui Olin.
Hace 130 años, un 08 de julio de 1893, nació en Tacubaya una mujer que años más tarde iluminaría con su belleza y sus extraordinarios ojos verdes las calles de la Ciudad de México y que retaría, con su vida y su obra, las más arraigadas y conservadoras buenas costumbres predominantes en su época. Pintora, escritora, poeta, modelo, intérprete y autora de algunas composiciones musicales, pero sobre todas las cosas, un espíritu libre, rebelde, inteligente, creativo, apasionado; una mujer que, con sus actos, su vida y modo de pensar, se rebeló contra la situación de la mujer a fines del siglo XIX y principios de XX, reivindicando su derecho a la independencia, a la libertad, al crecimiento intelectual, al goce de su propio cuerpo y de sus sentidos, y sentando las bases de planteamientos feministas que hoy es común observar.
Fue hija del general porfirista Manuel Mondragón y de la señora Mercedes Valseca; quinta de ocho hermanos. Creció en el seno de una familia adinerada teniendo acceso a la mejor educación de la que podían disponer las aristocráticas familias porfirianas; su infancia transcurrió entre la Ciudad de México y París, residiendo algunos años en cada una de ellas.
En México estudió en el Colegio Francés de Santa María La Ribera, hablaba perfectamente francés y poco a poco fue adentrándose en los caminos de la escritura y la pintura. A los veinte años, se casó con Manuel Rodríguez Lozano -posteriormente un reconocido pintor y probablemente ignorando su homosexualidad-, entonces cadete del Colegio Militar del cual era Director el general Mondragón. Tuvo un hijo que murió poco después del parto y durante los años de la Primera Guerra Mundial vivió con su marido y familia en San Sebastián, España.
En 1920 la pareja regresó a México y empezó a integrarse a la actividad cultural de la Ciudad. En 1921, durante una fiesta, conoció a Gerardo Murillo escritor, pintor y vulcanólogo, conocido como el Dr. Atl, acontecimiento que la marcó para siempre y que dio inicio a una apasionadísima y tormentosa relación amorosa de la cual queda constancia en los cientos de cartas que ella le escribió. El Dr. Atl fue quien la bautizó con el nombre con el que pasó a la posteridad: Nahui Olin, que significa o hace referencia al cuarto movimiento del Sol y a los ciclos renovadores del Cosmos. Esa noche, en su diario, febrilmente escribió:
Rubia, con una cabellera rubia y sedosa atada sobre su faz asimétrica, esbelta y ondulante, con la estatura arbitraria pero armoniosa de la venus naciente de Botticelli. Sus senos erectos bajo la blusa y los hombros ebúrneos, me cegó en cuanto la vi. Pero sus ojos verdes me inflamaron y no pude quitar los míos de su figura en toda la noche. Esos ojos verdes! A veces me parecían tan grandes que borraban toda su faz. Radiaciones de inteligencia, fulgores de otros mundos. ¡Pobre de mí!
Unos días después, el Dr. Atl, caminando por la Alameda Central, se encuentra con Nahui Olin acompañada de su marido y los invita a su casa para que vean la obra que guarda en ella; Nahui llegará sola y puede suponerse que dispuesta a todo. Posteriormente ella le hará llegar una carta que será la primera de más de 200 que le escribió a su amante y que ya muestra el incendio de su pasión:
Para mí –para ti- ya no habrá ayer ni mañana –para nosotros dos sólo hay un solo día la eternidad del amor y un solo cambio: más amor –amor que se transforma en más amor donde no hay ayer ni mañana solo un espacio infinito –un día donde la noche no existirá sino para amarnos –una noche que será más luminosa que el día mismo cuando nuestras carnes se junten- es nuestro destino.
Poco tiempo después ella se mudará al ex Convento de La Merced, sitio en que el Dr. Atl habitaba, se divorciará de Manuel Rodríguez Lozano, y se entregará en cuerpo y espíritu a una relación amorosa incendiaria, apasionada y avasalladora pero destructiva, que formará parte imprescindible de su leyenda. En la dedicatoria de una foto ella escribe:
Amor eterno Amor Atl, la palpitación de mi corazón es el sonido de tu nombre, que amo con toda la frescura de mi juventud, único ser que adoro, moja los ojos de tu amada con el semen de tu vida para que se sequen de pasión, quien no ha… y será más que tuya.
Esta relación se desarrolla aproximadamente entre 1921 y 1925, y constituye un periodo lleno de productividad para Nahui Olin, ya que ella escribe, pinta y publica algunos de sus libros.
En 1922 aparece “Óptica Cerebral. Poemas dinámicos”, al año siguiente “Calinement je suis dans” y en 1924 “A dix ans Sur mon pupitre”; estos dos últimos escritos en francés y traducidos como “Tierna soy en mi interior” y “A los diez años en mi pupitre”, a través de los cuales se observa su particular y originalísima expresión poética, así como sus precoces reflexiones relativas a la sociedad patriarcal y a la situación de la mujer, cuando apenas contaba con 10 años de edad.
Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno, y por eso estoy destinada a morir de amor…No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar; porque no he vencido con libertad la vida teniendo el derecho de gustar de los placeres, estando destinada a ser vendida como antiguamente los esclavos, a un marido. Protesto a pesar de mi edad por estar bajo la tutela de mis padres.
En 1932 publicó“Energía Cósmica”,un libro en el que aborda diversos temas de corte científico.
Con respecto a su obra pictórica, nunca dejó de pintar como nunca dejó de escribir. Nahui Olin pintaba como era ella, espontánea, desinhibida, sin seguir reglas estrictas, y muy alejada de los temas y la escuela predominante en México que era el muralismo. Ella observa con una mirada inocente y desenfadada los objetos o situaciones que le interesa pintar: corridas de toros, el circo, parques, escenas familiares, momentos con sus parejas, autorretratos.
En la manera en que Nahui Olin se expresaba ocupa un lugar central su cuerpo: posó como modelo para grandes pintores de su época como Diego Rivera y Roberto Montenegro; para célebres fotógrafos como Edward Weston y para Antonio Garduño, quien le tomó innumerables fotos desnuda, siendo de las primeras mujeres en este país que se atrevió a hacerlo escandalizando y retando a la conservadora sociedad de aquellos tiempos. Inclusive, en 1927, organizó una exposición con fotografías de sus desnudos que constituyó un hecho inédito y que hoy en día la reafirma como una mujer libre, dueña de sus actos, comprometida absolutamente con sus ideas y extraordinariamente adelantada a su época.
Una vez concluidos sus tormentosos amores con el Dr. Atl, se relacionó con otros amantes, entre los que se encuentran un bailarín de nombre Adolfo, el pintor Matías Santoyo, un hombre de nombre Lizardo, y el capitán de navío Eugenio Agacino, relación que, aunque duró solo unos meses, fue muy importante para ella.
Con Agacino viajó a España, a Cuba, a Nueva York; las pinturas que ella elaboró y que ilustran esta relación, muestran a una mujer feliz que amaba y era amada mostrando, en diversos cuadros, la desnudez de sus cuerpos. En un diario de Nahui Olin se lee la forma como conoce al Capitán durante el trayecto a San Sebastián, España, en donde presentaría una exposición de su obra y daría algunos recitales musicales:
DIARIO DE UNA BELLA EN SU PRIMER VIAJE
LUNES: Todas mis amigas vinieron a despedirme.
MARTES: Ya estamos en alta mar, me estoy divirtiendo mucho. He hablado con el capitán; qué apuesto y galante es.
MIÉRCOLES: El capitán trata de enamorarme y yo, por supuesto, no lo permití.
JUEVES: El capitán es un hombre determinado, me asegura que, si no le dejo besarme, echará a pique el buque. Qué horror; Dios mío, ¿qué debo hacer?
VIERNES: He salvado la vida a la tripulación y a quinientos pasajeros que estuvieron a punto de morir.
El capitán falleció durante una travesía de Nueva York a España presuntamente por intoxicación con mariscos, provocando en Nahui Olin una gran desventura y un dolor del que nunca logró reponerse. Pasaba los 40 años y poco a poco fue alejándose de sus amigos y de la vida social, dando inicio a una etapa que seguramente fue la más dolorosa y triste de su vida.
Su enorme belleza se acabó y cayó en la miseria, se le solía observar en la Alameda Central menesterosa, desaliñada y acompañada de los gatos callejeros a los que cuidaba y procuraba comida. Murió un 23 de enero de 1978 a los casi 85 años en la casa paterna de Tacubaya, pero habita en su leyenda, en su inmortalidad y en los que hoy recordamos su nacimiento.
Infinita Nahui Olin; Nahui Olin inmensa.
Por: Mario Pérez Hernández
Estas líneas fueron elaboradas a partir de la lectura de libros maravillosos sobre su vida y obra; en orden de lectura: “Nahui Olin”, Adriana Malvido, Ed. Circe; “Gentes profanas en el convento”, Dr. Atl, Ed. Botas y “Nahui Olin. El volcán que nunca se apaga”, Patricia Rosas Lapátegui, Ed. Gedisa.
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